Cómo gestionar la culpa desde el Coaching Ontológico
- Diego Lerner

- 9 nov
- 2 Min. de lectura
¿Qué es la culpa y por qué aparece?
En la lengua tibetana —moldeada por siglos de budismo— no existe una palabra para “culpa”. Esto ya nos invita a reflexionar: ¿es la culpa una emoción inevitable o una construcción cultural?

Desde el Coaching Ontológico, la culpa surge cuando sentimos que traicionamos alguno de nuestros valores o principios. Es un espacio emocional que puede llevarnos al aislamiento, la autocrítica o la imposibilidad de perdonarnos.
Frases como:
“Hace tiempo que no llamo a mi padre.”
“Le mentí a mi pareja.”
“Llegué tarde otra vez.”
Suelen venir acompañadas de pensamientos como “soy mala hija”, “soy irresponsable” o “soy deshonesta”.
Así, la culpa no solo afecta nuestras acciones, sino sobre todo nuestra identidad privada, es decir, cómo nos vemos a nosotros mismos. Mientras que la vergüenza impacta en la imagen pública, la culpa dialoga con la mirada interior.
Cuando la culpa puede ser útil
Podemos pensarla como una escala: desde un leve cosquilleo en el estómago (nivel 1) hasta un malestar profundo (nivel 7).
En los niveles bajos, la culpa puede ser una señal de conciencia, un llamado de atención sobre algo importante para nosotros. Pero cuando se intensifica, deja de servirnos y se convierte en carga.
La emoción aparece cuando sentimos haber violado una norma moral o dañado a alguien. Sin embargo, no toda culpa proviene de valores propios: muchas veces nace de mandatos externos —religiosos, familiares o culturales— que no implican un daño real.

Culpadores y culpados
En nuestras relaciones, suele aparecer un juego entre quien culpa y quien se culpa.
El culpador se erige como guardián del código moral, señalando al otro como responsable de su dolor o fracaso. En cambio, quien dice “me siento culpable por lo que hice” asume responsabilidad y recupera poder sobre su emoción.Ambas voces —culpador y culpado— habitan en nosotros. El desafío está en reconocer cuándo esa culpa es funcional (nos permite aprender) y cuándo es disfuncional (nos paraliza).
Ejemplos:
Culpa funcional: “Se me cayó el vaso, la próxima vez tendré más cuidado.”
Culpa disfuncional: “Soy un desastre, se rompió el vaso.”
De la culpa a la responsabilidad
La responsabilidad es la capacidad de responder y de hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos.
Una persona responsable no se castiga, sino que aprende.
Para transformar la culpa en responsabilidad, podemos preguntarnos:
¿He cambiado mi conducta desde que sentí esa culpa?
¿Lo que me parece mal a mí también le parece mal a los demás?
¿Qué estoy evitando en el presente por algo del pasado?
Comprender esto nos devuelve la posibilidad de elegir cómo vivir. La culpa es una emoción… pero también una elección personal.
Sentirse libre
Liberarse de la culpa no significa ignorar lo sucedido, sino reconciliarnos con nuestra humanidad.
Cuando aprendemos a distinguir entre culpa útil y carga impuesta, abrimos paso a la inocencia, la creatividad y la paz interior.
“Sentirse libre de culpa es como recuperar la inocencia y la creatividad.”











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